domingo, 21 de noviembre de 2010

FOSFORITO

"...Pero un buen día yo leí lo del Concurso Nacional de Córdoba, en la primavera del 56. Con motivo de los patios cordobeses. Entonces había cuatro secciones de cante. Y yo me sentía capacitado, sino de facultades sí de conocimiento para asistir a ese concurso... O sea, yo canté los dieciséis cantes exigidos. Entonces fue el primer premio absoluto". Eso nos dice en su biografía ("Fosforito, el último romántico")(1) Antonio Fernández Díaz, relatando el momento en que su nombre iba a saltar al candelero de la afición flamenca española.

Como él dice, no empezó a cantar en el 56. Ya llevaba cantando desde el año cuarenta; hacia ya quince años que se buscaba la vida con el cante en el momento en que en su Córdoba obtuvo el reconocimiento real de sus méritos en el cante. "...Había hecho muchos caminos cantando por teatros, por corralones, por todos los cuartos de cantaores, de borrachos, de señoritos, de gente que quería escuchar el cante, unos con mejor estilo, otros con peor...".

Antonio Fernández Díaz ("Fosforito") nació en Puente Genil (Córdoba), el 3 de agosto de 1932. Desde muy pequeño se busca la vida por las tabernas de su pueblo. Cantaba. Le daban unas perras gordas. Más adelante, con diez u once años, se escapa a los pueblos cercanos a ofrecer su cante allí donde podía coger alguna pesetilla. La vida en el seno de su familia no ofrecía otra alternativa. En su casa no cabían, eran los padres del joven cantaor y ocho hijos, además era una casa de vecinos; de cuarenta vecinos. Antonio había veces que no dormía en su casa, dormía en los dobles fondos de los carros o en cualquier portal.

En el año 1946 se le anunciaba como Antonio del Genil "nuevo descubrimiento del cante jondo", lo que denota, el menos en su carta de presentación ante el público, la seriedad del cante que ofrecía a la afición en plena época de la "Opera flamenca". Ya a esa edad confiesa que cantaba por seguiriyas, por soleá, por malagueña, por tarantos... "porque yo había aprendido haciendo caminos, con una conciencia cantaora de mi gente". Cantaba donde podía ganarse un duro y había un hueco, y la mayoría de las veces sin guitarra, haciendo compás con los nudillos en los veladores o mostradores de las tabernas, incluso en los cines, como fin de fiesta después de la película, en el espacio que había entre la pantalla y el borde del escena

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