Cuando nace Antonio el flamenco es ya un arte ciertamente extendido por toda la Andalucía Baja. Esta genuina manifestación cultural se venía gestando en los ambientes gitanos de las ciudades de la Baja Andalucía desde, al menos el s. XVIII, con especial intensidad en Triana y Cádiz, en cuyo arsenal de la Carraca fueron encerrados tantos gitanos en los procesos represivos del s. XVIII. En el mundo íntimo gitano se desarrollan los cantes de fiesta, de trabajo y de lamento, cargados de profundo sentimiento y múltiples alusiones a costumbres y hechos exclusivos de la comunidad gitana.
A lo largo del XIX el cante fue saliendo de estos ambientes para acompañar fiestas, celebraciones y juergas más genéricas y abiertas, costeadas por personas acomodadas que gustan del costumbrismo popular, como nos recuerda Cadalso y algunos viajeros románticos en sus obras. Gracias a ellos tenemos las primeras noticias sobre cantaores y guitarristas de cierto prestigio, contratados para estas fiestas.

Ya a fines de siglo encontramos algunos cantaores, de fama reconocida en ciertos ambientes, como El Fillo, El Planeta y Antonio Chacón de Jerez. En Sevilla Silverio Franconetti establece un Café Cantante donde ofrece espectáculos flamencos, y entre los entendidos resuena el eco de Juan Breva y Tomás El Nitri. Éste último recibe de modo informal durante una fiesta la primera Llave de Oro del Cante, en reconocimiento a su maestría. En los barrios populares, se mantiene el cante en las minorías y ambientes íntimos destacando Joaquín el de la Paula o Agujetas el Viejo de Jerez.
Antonio forma parte de la gloriosa generación que llevó el cante a sus más altas cotas de expresión. En las primeras décadas del siglo XX se forjan, junto al maestro de los Alcores, diversas figuras señeras como los hermanos Pavón Cruz (Pastora, La Niña de los Peines, Arturo y Tomás), Manuel Torre, Manuel Vallejo, El Gloria, Juan Varea, Pepe Pinto, Manolo Caracol, Tía Anica la Piriñaca, o Juan Talega.
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